De 1930: el bar de esquina donde vivió Florencio Molina Campos

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Hay esquinas que cuentan historias. La de Lavalle y Rodríguez Peña es una de ellas. Ahí, en uno de los extremos del barrio de San Nicolás, vivió Florencio Molina Campos, el artista que supo retratar la patria gaucha, la misma que los porteños miraban con desdén. Ahí, también, en ese mismo solar, es donde en 1930 se inauguró un bar y almacén que no solo sigue abierto, sino que –tras un cambio de dueños en 2023– se muestra hoy en todo su esplendor. El nombre es el de siempre, el mismo que aparecía en su cartel 100 años atrás: Almacén y Bar Lavalle. Un bastión en defensa de esa identidad nacional que va del campo a la ciudad, del rebenque al fileteado, de la cocina de raíces españolas e italianas a la criolla. Una postal de época, con sus puertas vaivén recibiendo en la ochava, con sus anaqueles con vermús y botellas varias, con su café servido durante todo el día, con sus fosforitos crujientes, su tortilla, sus pebetes y sus milanesas. Ahí atiende Diego Pasquale, uno de los nuevos socios, orgulloso de la historia y del presente de esta casa.

Diego Pasquale, uno de los nuevos socios al frente del lugarRodrigo Néspolo

–Se dice que acá vivió Molina Campos…

–Así es: en este solar, a principios del siglo XX, vivía Molina Campos con su familia. Para nosotros, este es un hecho fundacional. Tanto es así que hace unas semanas armamos con la Legislatura Porteña y Gonzalo Giménez Molina –nieto de Florencio, encargado de proteger su legado– un homenaje a este gran artista argentino, que hizo visible a los invisibles, pintando ese campo despreciado por una ciudad que miraba a Europa. Fue un día de fiesta.

En este solar, a principios del siglo XX, vivía Molina Campos con su familiaRodrigo Néspolo

–¿Cómo fue el camino de la casa de un artista a un bar y almacén?

–En 1925 este solar fue adquirido por la familia Risso, mitad alemanes, mitad criollos. Ellos compraron la casa, la demolieron y construyeron el edificio actual, de cinco pisos, que sigue perteneciendo a la misma familia. La obra empezó en 1928; en 1930 se inaugura la planta baja como local comercial, con el Almacén y Bar Lavalle. Encontramos una foto de la fachada de esa época, que usamos para replicar el cartel que había en la entrada.

–¿Los Risso manejaban el bar?

–No, por lo que nos cuenta gente del barrio, al menos para los años 50 y 60, el bar era de dos gallegos, uno se apellidaba Otero. Tenemos un vecino que vive acá arriba, de unos 80 años, que bajaba a comprarles a ellos. Luego, en los 90, hubo otros dueños, que modernizaron el espacio a tono con la época. Pintaron la barra de cedro con un color wenge, tipo chocolate, taparon los suelos con pisos flotantes, pusieron sillones de color crudo, luces dicroicas. Muchos se horrorizan, pero tal vez si no hacían eso, el lugar no hubiera resistido el embate del tiempo. Yo no los critico, siento que hicieron lo necesario para sobrevivir a una época.

El salón, repleto de gente, un día de semana por la nocheRodrigo Néspolo

–¿Ahí lo toman ustedes?

–No, ahí llega Susana Sassano, ella le dio vida al lugar. Es una poeta y escritora, que ha manteniendo el lugar como un típico café diurno de Tribunales, sumó las noches literarias de los viernes, convocando escritores y músicos. Es algo que también nos gusta rescatar. Hace poco hicimos una celebración con muchos de estos escritores, y le pedimos a Hernán Lavolpe, un genial fileteador porteño, que escriba sus nombres en algunas de las sillas, como homenaje de estos encuentros. Ahora te podés sentar en la silla de Marta de París, de Marcos Silber, de Jorge Paolantonio, de Dirbi Maggio, entre muchos más.

Muchas sillas llevan grabado el nombre de grandes escritores y escritorasRodrigo Néspolo
Libros y recuerdos forman parte de la ambientaciónRodrigo Néspolo

–¿El lugar mantiene un público de artistas?

–Estamos muy cerca de Sadaic, así que muchos autores que van para allá, luego toman algo o comen acá. Hay de todos los palos, desde Michel Peyronel de Riff a Nico Fabio, el hijo de Leonardo, pasando por Kevin Johansen, bandas más punk como Dos Minutos, Sergio Gramática (de Los Violadores), o el bandoneonista Walter Ríos, un habitué de la casa, que viene con su pareja, la cantante Mariel Dupetit, y piden una tortilla clásica, sin cebolla y con perejil.

Sándwich y vermú, un clásico del barRodrigo Néspolo
El Almacén y Bar Lavalle, desde afueraRodrigo Néspolo

–También tienen mucho público de los teatros de la Avenida Corrientes…

–Un cambio importante que hicimos en el bar fue el horario de apertura. Ya no es solo para oficinas, sino que abrimos de ocho de la mañana a dos de la madrugada, todos los días. Y no ponemos mantel, porque esto es un bar: podés venir a cenar, pero también a tomar un café, no importa la hora. Almacén y Bar Lavalle siempre te recibe con sus puertas abiertas, y esto la gente lo agradece. Acá vienen muchos actores y actrices cuando salen de los teatros: Virginia Innocenti, Leo Sbaraglia, el Chino Darín que festejó acá el Día del Padre con Ricardo, el escenógrafo del San Martín Mauricio Wainrot, Pachu Peña. Es muy ecléctico.

–Ustedes tomaron el bar tras la crisis de la pandemia, cuando el barrio estaba en pleno cambio. ¿Cómo ves Tribunales ahora?

–Es el lugar donde me gustaría vivir cuando me jubile: tenés de todo cerca, salís, tomás un café, vas al teatro. Hay otros lugares excelentes cerca, como Los Galgos, Mar Azul, El Celta. Y hay departamentos increíbles a precios muy económicos: podés comprar un piso a menos de 1000 dólares el metro, con detalles de mármol, robles de Eslavonia, con una calidad fantástica. Muchas viviendas, que hace décadas las habían convertido en oficinas, están ahora volviendo a ser viviendas, con gente joven que se muda porque acá están cerca de las universidades.

Las estanterías con sifones, botellas y conservas, representan el espíritu del Almacén y Bar LavalleRodrigo Néspolo
«Intentamos mantener el lugar lo más auténtico posible»Rodrigo Néspolo

–¿Tuvieron que hacer muchos cambios en el lugar?

–Intentamos mantenerlo lo más auténtico posible: recuperamos el frente, descubrimos el techo, limpiamos las maderas pintadas, sacamos lo que quedaba del flotante, pulimos los suelos de granito, rehicimos la barra original. La mayor obra fue en la cocina, esa sí, la armamos a nuevo, con las necesidades y exigencias actuales.

–¿Cómo definirías la propuesta gastronómica del lugar?

–Hoy cortamos fiambres en el momento para las picadas, que servimos en las típicas bandejas de acero, con hasta 20 ingredientes, incluyendo calentitos como las salchichas con panceta al vermú. Tenemos los pebetes, una de las estrellas de la carta. Y lo que llamamos una cocina de herencia, la que nos legaron nuestros ancestros, mezcla de criollo, tano, alemán, gallego, de todos los que vinieron para hacer la América: hay gambas al ajillo, tortilla, rabo de toro, también el cachopo asturiano, que es como una milanesa rellena.

Las picadas tienen hasta 20 ingredientes y los fiambres se cortan en el momentoRodrigo Néspolo

–Al pebete le dieron un lugar muy protagónico…

–Es un gran producto argentino. Hoy está de moda la focaccia y está todo bien, pero para nosotros, el pebete es lo mejor que hay. Hacemos el pan casero, como una brioche; tenemos una hermosa cortadora de fiambre Berkel a la vista y cortamos ahí el jamón crudo de 12 meses que traemos de Córdoba. Hacemos especiales como el de lomito completo, el de ternera braseada o el de pollo con palta; hay de matambre, de berenjenas al escabeche, de leberwurst con pepinos agridulces, entre muchos más. Y sumamos otros clásicos argentinos, como los fosforitos de jamón y queso o la medialuna de 100% manteca.

«Hoy está de moda la focaccia y está todo bien, pero para nosotros, el pebete es lo mejor que hay»Rodrigo Néspolo

–Con su historia y presente, ¿cómo definirías al Almacén y Bar Lavalle?

–Somos un bar notable, un lugar donde la gente se encuentra. Más que una historia, ocurren historias. Los que están en una mesa se ponen a hablar con los de otra mesa, tenemos habitués que nos felicitan, otros que nos retan: una cliente me dijo que le encantaba venir, pero que era muy ruidoso, y tenía razón. A partir de ese comentario insonorizamos el techo. Si bien Tribunales no es un barrio típico, acá se sigue dando esa relación barrial que nos gusta, con clientes whiskeros, que vienen siempre; y con estudiantes que llegan con sus cuadernos o computadoras. Buscamos ser anfitriones, con todo lo que eso significa: ofrecer lo mejor que tenés, como harías si viene alguien a tu casa. Y cuando los clientes se van, no les preguntamos si comieron bien, sino si la pasaron bien. Ahí se resume todo. Más en estos momentos económicos difíciles, cuando todos precisamos que nos mimen, que nos cuiden y nos respeten.

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