Un nombre que se desvanece en el tiempo. Así podría resumirse la vida de la llamada Doncella de Chipre, una princesa cuyo destino fue marcado por los conflictos de los hombres que la rodearon. Nacida en 1177, hija de Isaac Comneno -emperador de ese país en Medio Oriente-, esta joven vivió entre los muros del cautiverio y las intrigas políticas que moldearon su existencia.
A pesar de ser una figura silenciada por los registros históricos, la Doncella de Chipre dejó indicios de una determinación excepcional. Sus decisiones, aunque limitadas por el contexto de su tiempo, trazan el retrato de una mujer que supo resistir y adaptarse en un mundo hostil, según publica The Conversation.
La infancia de la princesa estuvo marcada por la tragedia. En 1184, con apenas siete años, ella y su hermano fueron entregados como rehenes al príncipe Bohemundo III de Antioquía. Su padre, Isaac, había sido capturado mientras luchaba en Armenia y dependía de un exorbitante rescate de 60.000 monedas de oro para recuperar su libertad.
Un golpe del destino o la mano de la avaricia intervino cuando piratas interceptaron el rescate. Isaac, convencido de que se trataba de un complot de Bohemundo, se negó a pagar el resto de la suma. Esto condenó a sus hijos a dos años de cautiverio en una corte extranjera. “Ella era fuerte para su edad”, sugiere un cronista anónimo, aunque nadie podría imaginar lo que se avecinaba para esta niña, de acuerdo a la publicación de The Conversation.
Cuando Bohemundo, resignado a no recibir el dinero, liberó a los rehenes, la princesa regresó a Chipre solo para enfrentarse a nuevas pruebas. Su hermano murió poco después, dejándola como la única heredera de Isaac, aunque su condición de mujer limitaba su autoridad.
El punto de inflexión en su vida llegó en 1191, cuando Ricardo I de Inglaterra, en ruta hacia las Cruzadas, invadió Chipre. La princesa, con apenas 14 años, se encontraba en un castillo que Ricardo sitió después de que su padre intentara capturar su flota. Según Roger de Hoveden, cronista del siglo XII, cuando los muros finalmente cayeron, la joven salió sola a rendirse ante el rey.
Era un acto cargado de valentía. Frente al hombre que sería conocido como Ricardo Corazón de León, la princesa mostró un temple que desafiaba su edad. Ricardo, impresionado quizás por su actitud, la puso bajo la custodia de su hermana, Juana de Sicilia, y su prometida, Berenguela de Navarra.
De cautiva a pupila, la princesa se unió a las reinas en un viaje que abarcó Acre, Roma, Pisa, Marsella y Aragón, entre otros destinos. Aunque estas travesías ofrecían un contraste con su confinamiento, no eran verdaderas muestras de libertad. Cada movimiento estaba cuidadosamente vigilado, y su vida seguía siendo una ficha más en el juego político de los poderosos.
La adultez trajo consigo una serie de matrimonios que reflejaban su papel como moneda de cambio. Su primer esposo, Raimundo VI de Toulouse, viudo de Juana de Sicilia, le ofreció un momento de estabilidad. Sin embargo, este matrimonio terminó abruptamente cuando Raimundo optó por una alianza más beneficiosa con Leonor de Aragón.
La princesa no permaneció mucho tiempo en el limbo político. Pronto se casó con Teodoro de Flandes, quien compartía su ambición de recuperar el control de Chipre. En 1204, esta pareja emprendió una campaña para reclamar la isla. Pero los tiempos habían cambiado: un nuevo monarca había consolidado su poder en Chipre, y el intento de Teodoro y la princesa fue un rotundo fracaso.
Forzados a huir, su rastro desapareció de los registros históricos. Fue un final silencioso para una vida que había comenzado con ruido y tormento.
Aunque la historia parece haber querido olvidarla, la Doncella de Chipre deja un rastro de resistencia en los márgenes de los documentos medievales.
Su vida fue un ejemplo de cómo las mujeres, incluso aquellas nacidas en las más altas esferas de poder, enfrentaron las cadenas del patriarcado y la política con ingenio y fortaleza.